A él le gusta llamarme el pibe de mantenimiento. Se rompe una manguera, un alargue, y le dice a los muchachos: tengo que llamar al pibe de mantenimiento, no vino el pibe de mantenimiento, no tiene tiempo, ahora, tenés que usar todo así como está, el año que viene capaz que lo tenés arreglado. ¿Sabe alguien lo que cuesta limpiar una pileta con la manguera rota? La manguera de chupar, digo, la que va adentro de la pileta. Si la mugre está pegada no sale, o hay que pasar diez veces para que levante un poco, y las rayas igual quedan. Si está nublado o el sol pega de costado, como pasa en invierno, casi no se notan. Pero en cuanto el sol pega de arriba se ven todos los rayones de mugre.
En esa época trabajaba con Jota, que es Joaquín Linne. La pileta era redonda y en realidad eran dos piletas separadas por una pared. Una muy bajita, para niños, y la otra como de dos metros de profundidad en toda la superficie. La mugre siempre se pegaba, y se formaban hongos, y la vieja siempre nos hacía cepillar. Era de esas piletas que necesitan ácido sí o sí, andá a saber por qué. La cosa es que íbamos temprano a limpiar, para no cruzarnos con el marido de la vieja, que una vez me había acusado de robarle una máquina de cortar pasto y una bordeadora, y no sé si otras herramientas que tenía en el fondo.
-Yo no soy jardinero -le dije.
-No sé, vos sos nuevo acá, te lo digo para que tengas cuidado.
Jota limpiaba y yo silbaba una canción brasilera mientras pasaba el sacahojas. Pelotudo, pensaba.
Ese día entonces fuimos temprano y la pileta costó pero quedó bien. Siempre costaba, y quedaba lo mejor que se podía. Y estaba nublado, esto hay que decir. Y era verano. Bueno, la cosa es que el sol salió, a eso de las cuatro, cinco de la tarde, y se ve que con el sol salió la vieja, vio la pileta, vio las rayas y llamó.
-Ya la limpiamos.
-Pero quedó toda rayada.
-¿Hay que volver a limpiar?
-Y...
En esa época trabajábamos hasta las seis. Y a las seis menos cuarto le digo a Jota que quedaba una, la redonda.
-¿Otra vez?
-Y...
En esa yo y él éramos casi la misma cosa. Jota no sé, pero yo sí, era uno solo. Ahora el que escribió la novela a la vieja le diría:
-Señora, paso mañana, y me tiene que pagar otra limpieza.
Este verano ya le pasó, con uno que quería que le vuelvan a limpiar porque la pileta le había vuelto a decantar.
-Si le pone mucho decantadro la pileta sigue decantando y hay que volver a limpiar.
-¿Cuándo venís?
-Mañana, y le cobro otra limpieza.
-Bueno, veo y te llamo.
No llamó más.
La vieja, aquella vez, no pagó otra limpieza. Y encima se hacía la enojada. Siempre estaba enojada, en realidad. Jota la odiaba. Cuando Jota no trabajó más, los ayudantes nuevos también la odiaban. Y a los inquilinos que fueron a vivir ahí cuando la vieja se mudó a Capital también, los odiaban. En esa casa había algo raro. El que escribió la novela a veces pasa por esa cuadra. Una esquina, en realidad: Susini y Reybaud. Hace mucho que esa pileta no se hace más. Los inquilinos se fueron (debían un mes de mantenimiento, nunca lo pagaron: el más copado quedó en pasar una vez por acá a dejar la plata, pero nunca vino), la casa se vendió, los nuevos dueños hicieron reformas, tantas que hasta construyeron un muro de dos metros en el lateral del terreno que daba a la pileta y desde entonces la pileta no se ve más. Una vez el que escribió la novela se fijó en google earth y vio, de hecho, que la pileta no está más. Pero hicieron otra: rectangular, grande, como de 10x5, moderna. Y pasa, eh, cada tanto pasa, aunque no se vea nada, como si en esa casa algo hubiera pasado. Hasta yo paso, a veces. Tengo miedo de que algún día el Mehari se me quede en la puerta y salga alguien a preguntar, porque acá la gente es de ver algo raro y asustarse, o llamar al 911. En ese caso no sé quién contestaría, capaz que conteste el que escribió la novela, sería mejor, porque si me dejan hablar a mí soy capaz de decir cualquier cosa.