sábado, 12 de junio de 2010

sábado llovería

Ayer viernes, ya tarde, llama una de las nuevas.
-¿Podés venir mañana? Se ve que ha soplado el viento y se ha llenado de hojas el fondo.
La mina es argentina, se le nota en varias cosas. Pero habla a lo venezolano porque vivió unos años allá.
Fuera de temporada los sábados no trabajo, la semana pasada le dije. Pero como a las nuevas siempre hay que decirles que sí -eso dice el manual del piletero-, hablamos un rato de las hojas, de cuánto tardan en pudrirse, en pudrir el agua, y al final le digo que va a llover, eso dice el pronóstico, que si no llueve voy, y me pongo a rezar, como cuando era creyente, para que llueva. Ahora me levanto y el cielo es una plancha de plomo, se viene encima en cualquier momento; y además hoy es el partido: tendría que llamar a Billy para verlo juntos. Porque mi mujer se va a verlo con amigas, con la mujer de Billy, por ejemplo, a la ortopedia de la hermana, donde trabaja los sábados, y yo me quedo solo con los chicos.

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